Totalmente de acuerdo con este artículo. Reemplazo un hábito con otro muy similar, siempre dentro del mismo estilo y me cuesta mucho salir de esa autopista e ir por mi sendero…
Cambiar conductas muy arraigadas puede ser complicado, pero conociendo el funcionamiento de nuestro sistema nervioso, podemos anticiparnos y ponérnoslo más fácil.
Me declaro culpable. Es casi inevitable convertirse en esclavos del ciclo dopaminérgico de recompensa porque nos lo imponen el cuerpo y las estructuras sociales desde que nacemos (o antes?). Para gente grande es cambiarlo.
Rediseñar, reutilizar (repurpose, en inglés, es tal vez un poco más preciso), como explicas con el ejemplo de leer, es en verdad clave. Bajo el principio de energía libre, un hábito es un modelo predictivo barato de ejecutar. Modificarlo exige ofrecer al sistema una predicción todavía más fiable: señales inequívocas + recompensas inmediatas que reduzcan el “prediction error”.
Comentas un punto muy interesante que no incluí en el post (a veces simplificar ideas complejas implica dejar cosas fuera): las predicciones no se generan en el vacío. Se entrenan desde la cuna, moldeadas por el contexto sociocultural.
El hábito de mirar el móvil no es solo dopamina: es industria, es diseño persuasivo, es política de la atención. Por eso cambiar un hábito no consiste únicamente en rediseñar señales o recompensas. Es, muchas veces, un acto de resistencia frente a estructuras que operan a gran escala: tecnológicas, culturales y biográficas.
Por eso cambiar puede ser difícil… pero no imposible. Porque aunque un hábito puede esculpirte, también puedes tallar conscientemente sobre él, si entiendes que el problema no está solo en tu cerebro, sino también en el mundo que lo rodea.
Bien dicho. Ideas complejas que dejan mucho que pensar.
Me pregunto cuál es el efecto, qué tan profundo es, de las personas más cercanas a ti en tu entorno para facilitar el cambio. Tallar juntos el contexto para reescribir hábitos.
Y, en otra escala, la sociedad como organismo autoorganizado, con sus propios hábitos y metas.
El efecto del entorno cercano puede ser decisivo. Las personas que nos rodean actúan como espejos, recordatorios y reforzadores: pueden facilitar el cambio al normalizar nuevas conductas, ofrecer señales coherentes y validar recompensas inmediatas. Cuando alguien cambia contigo, el esfuerzo se reduce, el error de predicción disminuye y la adherencia mejora.
A escala social, ocurre algo similar: los hábitos colectivos crean un marco de lo “posible” y lo “aceptable”.
Totalmente de acuerdo con este artículo. Reemplazo un hábito con otro muy similar, siempre dentro del mismo estilo y me cuesta mucho salir de esa autopista e ir por mi sendero…
Cambiar conductas muy arraigadas puede ser complicado, pero conociendo el funcionamiento de nuestro sistema nervioso, podemos anticiparnos y ponérnoslo más fácil.
Súper....me interesó de inicio ...me faltaba éste entendimiento....🫵🤝
Me alegro de que te haya sido útil
Me ha gustado. Tengo que reprogramar algunos hábitos. Gracias
A ti !
Gracias Ainhoa por compartirnos todas estas tan buenas! ✨
Muchas gracias por tus palabras!
Cambiar un habito por otro, un trabajo duro pero puede entrenarse. Gran artículo Ainhoa. Mucha suerte con el nuevo producto.
Muchas gracias Alex!
El cerebro siempre puede aprender!
Muy bueno 😃
Muchas gracias 🙏
Me declaro culpable. Es casi inevitable convertirse en esclavos del ciclo dopaminérgico de recompensa porque nos lo imponen el cuerpo y las estructuras sociales desde que nacemos (o antes?). Para gente grande es cambiarlo.
Rediseñar, reutilizar (repurpose, en inglés, es tal vez un poco más preciso), como explicas con el ejemplo de leer, es en verdad clave. Bajo el principio de energía libre, un hábito es un modelo predictivo barato de ejecutar. Modificarlo exige ofrecer al sistema una predicción todavía más fiable: señales inequívocas + recompensas inmediatas que reduzcan el “prediction error”.
Comentas un punto muy interesante que no incluí en el post (a veces simplificar ideas complejas implica dejar cosas fuera): las predicciones no se generan en el vacío. Se entrenan desde la cuna, moldeadas por el contexto sociocultural.
El hábito de mirar el móvil no es solo dopamina: es industria, es diseño persuasivo, es política de la atención. Por eso cambiar un hábito no consiste únicamente en rediseñar señales o recompensas. Es, muchas veces, un acto de resistencia frente a estructuras que operan a gran escala: tecnológicas, culturales y biográficas.
Por eso cambiar puede ser difícil… pero no imposible. Porque aunque un hábito puede esculpirte, también puedes tallar conscientemente sobre él, si entiendes que el problema no está solo en tu cerebro, sino también en el mundo que lo rodea.
Bien dicho. Ideas complejas que dejan mucho que pensar.
Me pregunto cuál es el efecto, qué tan profundo es, de las personas más cercanas a ti en tu entorno para facilitar el cambio. Tallar juntos el contexto para reescribir hábitos.
Y, en otra escala, la sociedad como organismo autoorganizado, con sus propios hábitos y metas.
El efecto del entorno cercano puede ser decisivo. Las personas que nos rodean actúan como espejos, recordatorios y reforzadores: pueden facilitar el cambio al normalizar nuevas conductas, ofrecer señales coherentes y validar recompensas inmediatas. Cuando alguien cambia contigo, el esfuerzo se reduce, el error de predicción disminuye y la adherencia mejora.
A escala social, ocurre algo similar: los hábitos colectivos crean un marco de lo “posible” y lo “aceptable”.
Nunca lo había pensado así. La persona que cambia contigo te regala tres descuentos simultáneos.
En la escala social, muy similar a la ventana de Overton. Lo peculiar --> rutina.