Piensa en esto:
Si alguien a quien quieres estuviera pasándolo mal…
¿Le escucharías con atención, sin prisas, sin interrupciones?
¿Te preocuparías si no duerme bien, si no come a sus horas, si ha dejado de tomar su medicación?
¿Le hablarías con dureza o le tenderías la mano, aunque se haya equivocado?
La respuesta es obvia.
Entonces dime:
¿Por qué no haces lo mismo contigo?
A menudo somos más compasivos y amables con los demás que con nosotros mismos. Ignoramos nuestras necesidades, nos hablamos con dureza, nos exigimos sin descanso y cuando fallamos, somos verdugos sin apelación.
Como si lleváramos dentro un juez con toga y mazo que opera bajo una lógica binaria: éxito o fracaso, dignidad o castigo.
Cuando vivimos bajo presión constante, se activa el eje hipotálamo-hipófiso-adrenal, también conocido como eje del estrés.
La amígdala detecta la amenaza, el hipotálamo envía señales a la hipófisis y ésta estimula las glándulas suprarrenales para liberar cortisol.
Si esta respuesta se mantiene en el tiempo, puede alterar funciones cognitivas importantes: se deteriora el hipocampo (esencial para la memoria y el aprendizaje) y se reduce la eficiencia de la corteza prefrontal, que participa en la regulación emocional, la toma de decisiones y la planificación.
Pero, ¿y si soltamos el mazo?
El psicólogo Jordan Peterson propone una alternativa radical en su libro “12 reglas para vivir”:
“Trátate como a alguien que depende de ti”.
Cocínale bien.
Escúchale cuando no pueda más.
Anímale cuando dude.
Y verás cómo su cuerpo y su mente responden.
Porque cuando cuidamos así de los demás, se activa el sistema de recompensa del cerebro: la vía mesolímbica dopaminérgica.
Esta red, que se origina en el área tegmental ventral y se proyecta hacia el núcleo accumbens y la corteza prefrontal, está implicada en la motivación, el placer anticipado y el aprendizaje por refuerzo.
Esa misma red se activa cuando haces lo mismo contigo: cuando duermes bien, te alimentas, haces ejercicio o pides ayuda.
Cada uno de esos gestos, por simples que parezcan, entrena a tu sistema nervioso. Le estás enseñando que cuidarte es seguro, beneficioso, y que vale la pena repetirlo.
Esto ocurre gracias a la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reforzar las conexiones que se activan con frecuencia.
Uno de los mecanismos implicados es la potenciación a largo plazo, que fortalece las sinapsis tras experiencias repetidas y significativas.
Así, el autocuidado no solo se siente bien: se aprende y se consolida.
Y hay más:
Al fomentar estos circuitos, se reduce la activación de otros asociados al dolor emocional y la autocrítica, como la corteza cingulada anterior o ciertas regiones de la red por defecto, implicadas en la rumiación, la culpa y la autoimagen negativa.
Poco a poco, dejas de luchar contra ti.
Y empiezas a acompañarte.
El resultado es una experiencia más serena, más lúcida y más estable.
Porque cuidarte no es capricho.
Es construir una relación contigo mismo basada en respeto, propósito, responsabilidad y compromiso.
Como bien recuerda Peterson, los hábitos, las rutinas y los pequeños gestos cotidianos como hacer la cama, ordenar tu espacio, alimentarte bien o dormir lo suficiente, no son detalles menores.
Son actos simbólicos que afirman “esto importa”. Y al hacerlo, te colocas en el centro de tu propia vida, como protagonista y no como espectador.Es, en esencia, decirte:
“Estoy aquí. Estoy contigo. Puedes confiar en mí.”
Y cuando sabes que puedes confiar en ti, todo cambia.
Ya no se trata de ser perfecto.
Se trata de estar presente, con consciencia.
De saber que, incluso en tus días más difíciles, no vas a dejarte solo.
Este cambio tampoco termina en ti.
El ser humano es, por naturaleza, social y relacional.
No existimos en el vacío.
Lo que haces contigo inevitablemente se proyecta en tu entorno.
Tu bienestar, tu autorregulación emocional, tu salud y tu capacidad de responder (en lugar de reaccionar) afectan profundamente a quienes te rodean.
Si estás agotado, ¿cómo vas a escuchar con paciencia?
Si estás roto, ¿cómo vas a ofrecer apoyo?
Si estás ausente, ¿cómo vas a construir algo que perdure?
Un padre que descuida su salud no solo se pone en riesgo a sí mismo, sino también a su familia.
Una persona que lleva años exprimiéndose hasta la última gota no solo lo paga con su cuerpo. También lo paga en sus vínculos.
Por eso, la próxima vez que tengas que elegir entre cuidarte o ignorarte, hazte esta pregunta sencilla:
¿Qué haría si esta persona fuera alguien a quien amo profundamente?
Y luego… haz eso contigo.
"No eres tu propio esclavo ni tu propio tirano. Eres alguien a quien debes cuidar, porque el mundo depende de que lo hagas."
Jordan B. Peterson
Lo dejamos aquí por hoy.
Nos leemos el próximo domingo.
Ainhoa
¿Te ha gustado?
Comparte con alguien a quien le pueda ayudar
Y también puedes dejar un comentario con tu reflexión, preguntas o sugerencias
Y si quieres echarle un ojo a las newsletters anteriores, aquí las tienes:
Uno de los mejores consejos, y me ha tocado vivirlo en carne propia. Olvidé quién me lo dijo o dónde lo leí pero es algo que me ha servido para cuidar mejor lo que como y bebo, y para motivarme a hacer ejercicio. Es como echarle la mano o darle un abrazo a tu yo futuro... hacerle la vida más fácil, pues.
Tal vez lo escuché del mismo Peterson en algún pódcast o de alguien haciéndole eco. He tratado de hacerlo para otras personas (para que no encuentren el desastre en la cocina, a limpiar antes de dormir, y otros casos similares que no requieren de mucho) y da excelentes resultados.
Si no estás al 100% contigo mismo, ¿puedes estar al 100% con otros? Sin duda para cuidar a otros primero tienes que cuidarte a ti mismo.
Como siempre, muy buena reflexión Ainhoa.