Seguro que conoces la historia del elefante atado a una estaca.
Al principio, el pequeño elefante lucha por liberarse con todas sus fuerzas. Tira, empuja, y vuelve a intentarlo. Pero nada. La cuerda es lo bastante fuerte para inmovilizarlo. Cansado y frustrado, finalmente se rinde.
El tiempo pasa. El elefante crece y su fuerza también. Ahora podría arrancar esa miserable estaca como si fuera una ramita seca. Pero no lo hace.
¿Por qué?
Porque en su mente sigue presente una creencia grabada a fuego: “No puedo”. Aquello que aprendió en sus primeros intentos fallidos sigue controlando su comportamiento, a pesar de que la realidad haya cambiado.
Esto es lo que se conoce como indefensión aprendida, un concepto acuñado en los años 60 por Martin Seligman. En sus experimentos, Seligman expuso a unos perros a descargas eléctricas inescapables. Cuando más tarde les ofrecieron la oportunidad de huir, simplemente no lo hacían.
Habían aprendido que no podían.
En esencia, la indefensión aprendida surge cuando creemos que nuestras acciones no tienen impacto alguno en los resultados. Esa expectativa, cuando se generaliza, se convierte en un veneno para nuestras vidas: nos desmotiva, nos llena de sentimientos de incompetencia y nos empuja a la pasividad.
El cerebro del elefante (y el nuestro)
La indefensión no solo afecta nuestras emociones o comportamientos; también remodela nuestra neurobiología. Cambia el modo en que funciona nuestro cerebro:
La amígdala, nuestra alarma interna, se vuelve hiperactiva, respondiendo al miedo incluso cuando no hay peligro.
La corteza prefrontal medial, encargada de planificar y tomar decisiones, se apaga, limitando nuestra capacidad para buscar soluciones.
La dopamina disminuye y nos dejamos llevar por la inercia.
Todo esto se ve agravado por la activación crónica del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, que inunda el sistema de cortisol.
En este punto, ya no es la estaca la que nos retiene; es nuestra mente.
Nos convertimos en prisioneros de nosotros mismos.
De la metáfora a la realidad
Ahora bien, ¿qué pasa cuando esta historia se cuela en nuestras vidas?
Piensa en una relación. Lo intentas todo: hablas, escuchas, propones soluciones… Pero cada esfuerzo parece caer en saco roto. Con el tiempo, dejas de intentar. Ya no hablas. Ya no buscas. Ya no crees. La casa sigue en pie, pero está vacía. Vacía de futuro.
O en ese trabajo que detestas, pero no abandonas porque “es lo que hay”.
Mejor lo malo conocido, ¿no?
Te convences de que no hay opciones, cuando en realidad, lo que te ata es la creencia, no la cuerda.
Quizás has intentado tantas dietas sin éxito que ya ni siquiera crees que puedas cambiar tu salud.
Pero, ¿y si te digo que lo que te retiene no es tu cuerpo, sino esa creencia?
Llegados hasta aquí, pensarás:
¿Y qué puedo aprender yo del elefante?
Primero, que no siempre es la cuerda la que nos retiene, sino la fuerza de nuestra creencia en ella. Una creencia que, como el elefante, hemos aprendido de experiencias pasadas, pero que no siempre refleja nuestra realidad presente.
Repite conmigo: las creencias no son la realidad y mucho menos son inmutables.
Segundo, que reconocer nuestra “estaca” es el primer paso para liberarnos. La
neuroplasticidad nos permite aprender, desaprender y volver a aprender. Lo que creímos cierto una vez, puede ser cuestionado.
No somos elefantes.
Podemos elegir movernos. Arrancar la estaca.
O al menos intentarlo una vez más.
Y tú, ¿a qué estaca sigues atado?
En las próximas ediciones propondremos herramientas para romper esas cadenas. Porque si algo sé, es esto: nunca es tarde para volver a intentarlo.
“El primer paso hacia la libertad es darnos cuenta de que estamos atrapados”
Carl Jung
P.D: Piensa en un área de tu vida donde te sientas bloqueado.
Escribe tres creencias que tengas sobre por qué no puedes cambiar esa situación. ¿Son realmente ciertas? ¿Qué podrías cuestionar de ellas?
Lo dejamos aquí por hoy.
Nos leemos en unos días.
Ainhoa
Como una fucking señal, escribiendo en mi diario que pensar que para ganar más dinero, tienes que trabajar más, y eso es una mierda de creencia, y me vibra el iPhone y leo esto.
¿Casualidad? ¿Causalidad?
Espectacular Ainhoa.