La búsqueda de la perfección ha sido una constante en la historia de la humanidad. Desde las artes y la religión hasta la ciencia y las redes sociales, hemos idealizado un mundo sin fisuras, donde cualquier defecto pueda corregirse. Pero ¿es esta búsqueda compatible con nuestra esencia como especie? Un reciente podcast entre Marcos Vázquez y Carlos López-Otín ha puesto sobre la mesa la imperfección, la inmortalidad y nuestra relación con la vulnerabilidad.
¿Es la perfección un espejismo?
Como individuos, y como especie, hemos aprendido a ocultar nuestras imperfecciones, a presentar ante los demás una versión cosmética de nosotros mismos. Esta actitud no es casual.
Durante siglos, la perfección ha sido elevada a nivel de virtud, dictando estándares de belleza, éxito y felicidad. Hoy, las redes sociales amplifican esta narrativa, presentando una versión estilizada de la vida que alimenta nuestra obsesión por “arreglar” cualquier imperfección.
La ciencia y la tecnología también refuerzan esta idea, ya que ofrecen soluciones para corregir imperfecciones biológicas (como enfermedades), físicas (cirugía estética) y cognitivas (mejoras en el rendimiento cerebral). Esto genera la percepción de que cualquier imperfección puede ser ‘arreglada’.
Sin embargo, Carlos López-Otín plantea una visión distinta: la imperfección como motor de evolución. Las mutaciones genéticas, que pueden parecer defectos, han permitido a los organismos evolucionar hacia formas más complejas. Si la perfección hubiera sido el punto de partida, nuestra especie nunca habría trascendido el nivel de organismos unicelulares.
La imperfección trasciende lo biológico y nos define como humanos.
Es precisamente nuestra vulnerabilidad la que nos impulsa a adaptarnos, a buscar propósitos y a superar límites. Al tratar de eliminar cualquier vestigio de imperfección, podríamos perder aquello que nos hace esencialmente humanos. Nuestras grietas, nuestras luchas, incluso nuestros fracasos, nos conectan con los demás y nos recuerdan nuestra capacidad para crecer.
¿Acaso no es en la superación de nuestras limitaciones donde encontramos nuestra mayor fortaleza? Las imperfecciones son las que nos han permitido prosperar, no a pesar de ellas, sino gracias a ellas.
Dale una vuelta.
La búsqueda de la inmortalidad
Entiendo que nacer con la certeza de que vas a morir es un rollo. Un fastidio.
¿A quién podría gustarle? No saber cuándo ni dónde llegará aumenta la ansiedad inherente a nuestra existencia. Como dijo Charly Munger:
“Todo lo que quiero saber es dónde voy a morir para nunca ir allí.”
La muerte, como las imperfecciones, nos incomodan porque implican incertidumbre, dolor, falta de control y vulnerabilidad. La posibilidad de controlar la muerte y la incertidumbre final parece prometer ser la solución a nuestro GRAN problema.
Sin embargo, desde una perspectiva evolutiva, la mortalidad es esencial. Permite la entrada de nuevas generaciones adaptadas a los retos de su entorno. Además, la eliminación de todas las ‘imperfecciones’ podría tener consecuencias desastrosas. Por ejemplo, variantes genéticas como el APOE4, asociadas actualmente con el Alzheimer, ofrecieron en su momento ventajas adaptativas. Una población homogénea, sin diversidad genética, sería más vulnerable a amenazas ambientales y patógenos emergentes.
Y otro problema: la inmortalidad implicaría un coste energético inmenso. Los procesos de reparación y regeneración celular necesarios para sostener una vida eterna contradicen los principios básicos de la economía biológica, que priorizan la reproducción y la transmisión de genes sobre la preservación indefinida de individuos.
¿Qué nos impulsa a vivir si no es la conciencia de nuestra finitud?
La finitud es lo que da sentido a nuestra existencia. Vivimos con la urgencia del tiempo, conscientes de que cada acción tiene un plazo para realizarse. Nuestras imperfecciones, lejos de ser un defecto, son un recordatorio de que el cambio y la adaptación son esenciales para la supervivencia.
Aceptar nuestra vulnerabilidad, lejos de ser una señal de debilidad, es un acto de conexión con nuestra esencia humana.
En última instancia, aceptar nuestras imperfecciones es lo que nos conecta, nos hace únicos y lo que nos empuja a mejorar.
Hay algo más, que dejaremos para otra newsletter: la obsesión por el objeto brillante, esa meta sexy que nos distrae de lo relevante.
“No hay fortaleza sin vulnerabilidad, ni evolución sin imperfección.”
Carlos López-Otín
Lo dejamos aquí por hoy.
Nos leemos el próximo domingo.
Ainhoa
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