¿Por qué es tan difícil cambiar de opinión?
Las creencias: las gafas que moldean nuestra realidad
¿Alguna vez has tenido una conversación tranquila que de repente se convierte en una pelea digna de una telenovela?
Tú, armado de datos, lógica y la paciencia de un monje budista, intentas convencer a tu interlocutor. Pero él se aferra a su idea como Tom Hanks a Wilson en Náufrago. Insistes, explicas, repites... y nada.
Has tocado hueso.
O peor aún: te debaten sobre tu propio campo como si llevaras años siendo un incompetente en tu trabajo sin saberlo.
¿Te suena?
Bienvenido al club de las conversaciones improductivas.
Muchos intentos de hacer que alguien cambie de opinión terminan como Titanic: con todo el mundo hundido y congelado en su postura.
Si tienes suerte, la otra persona sigue pensando igual.
Si no, refuerza aún más su creencia.
Y si encima es víctima del efecto Dunning-Kruger... mejor apaga y vámonos.
Ese melón lo abrimos otro día.
¿Por qué somos tan tercos?
La respuesta está en las creencias.
Imagina llevar unas gafas invisibles que filtran todo lo que ves, piensas y sientes. Así son las creencias: construcciones mentales que interpretan el mundo por nosotros. Desde decisiones cotidianas hasta cuestiones existenciales, guían nuestras acciones y colorean nuestra experiencia de vida.
Pero, ¿realmente sabemos qué son?
Porque tengo la sensación que las llevamos puestas, pero no somos conscientes de ello. Vamos a desgranarlas un poco.
Creencias: verdades escritas en piedra
Asumimos que son ciertas sin necesidad de pruebas. No las cuestionamos. Las cosas son así y punto. Tampoco las actualizamos. ¿Pa’ qué?
Surgen de nuestras experiencias, nuestro entorno y la información que absorbemos. Son más estables y profundas que los pensamientos, que van y vienen con mayor facilidad.
Desde una perspectiva evolutiva, las creencias fueron relevantes para nuestra supervivencia. Nos ayudaron a formar tribus, compartir conocimientos y adaptarnos a entornos hostiles. Sin esa cohesión, estaríamos más cerca de ser presa que depredador.
Entonces... ¿por qué cuesta tanto deshacerse de ellas?
Factores que nos anclan a nuestras creencias
Relación con los valores:
Las creencias y los valores son como dos caras de una misma moneda. Como Batman y Robin, como Epi y Blas, como… bueno, creo que me entiendes. Los valores son principios o estándares internos que guían nuestras acciones, y las creencias son el marco que les da sentido.
Por ejemplo, creer en la sostenibilidad genera valores como la protección del medio ambiente y comportamientos como el consumo ético. Cuestionar una creencia puede significar atacar un valor fundamental, lo que se percibe como un ataque personal.
Identidad personal y social:
Forman parte de nuestra identidad. Desafiarlas es como tocar la fibra más sensible de quiénes somos. Esto se complica cuando están ligadas a nuestra identidad de grupo. Las creencias políticas, religiosas o incluso dietéticas se vuelven banderas que defendemos con uñas y dientes. Cambiar de opinión puede significar enfrentarse a la exclusión social, algo que nuestro cerebro primitivo aún percibe como una amenaza a nuestra supervivencia.
Resistencia al cambio:
Cambiar de opinión implica reconocer que estábamos equivocados. Y eso duele. Mucho. Provoca una cosa llamada disonancia cognitiva, un cortocircuito mental que el cerebro odia con todas sus neuronas. Es más fácil negar la realidad que enfrentarse a la incomodidad de admitir que estábamos equivocados.
Y sucede otro aspecto, la mayoría de personas preferimos tener unas creencias reguleras a no saber qué creer, porque así somos los seres humanos: odiadores de incertidumbre por naturaleza.
Conformismo antes que verdad:
Estamos biológicamente programados para buscar pertenencia, no la verdad. La conformidad ha sido históricamente beneficiosa para nuestra supervivencia. Mejor estar equivocado en grupo que tener razón en soledad. Porque, en el fondo, a nuestro cerebro le importa más encajar que ser exacto. La verdad es algo bastante sobrevalorado para nuestro sistema nervioso.
En resumen, cambiar de opinión no es solo un ejercicio intelectual; es una batalla emocional y social en la que nuestro cerebro juega en modo defensa total. Catenaccio del bueno. Así que, la próxima vez que tengas una discusión familiar sobre política o religión, recuerda: no estás luchando contra argumentos, estás peleando con identidades. Y esos golpes duelen más que cualquier debate.
¿Y qué sería de nosotros sin meternos en esos charcos?
Porque, al final, ¿quién no ama un buen drama familiar en Navidad?
El salseo de la vida.
“Es lo que crees saber lo que te impide aprender”
Claude Bernard
Lo dejamos aquí por hoy.
Nos leemos en unos días.
Ainhoa
Años de carrera de psicología en un muy buen artículo!
Detallado, sustentado, claro y con la sencillez que te caracteriza al desmenuzar temas complejos.
Me deja reflexionando sobre mi propia manera de "defender" temas... súper cierto, esos temas son parte de lo que identifico como mi "identidad". Un paso más hacia el cambio flexible 😅. Gracias!
Nos aferramos a nuestras creencias...