Créeme. Sé de lo que hablo. Al final te lo explico.
Pero antes…
Los seres humanos no solo compartimos un planeta. También nos une una historia marcada por lo social. Desde que alguien descubrió que era mejor cazar mamuts en grupo que salir solo con fe y una piedra, la supervivencia empezó a depender de cuántos tenías a tu lado.
El grupo no fue solo una opción, sino que se convirtió en la alternativa más sensata. Algunas hipótesis apuntan a que buena parte de la complejidad de nuestro cerebro se debe, precisamente, al reto de convivir en sociedades cada vez más sofisticadas.
No es casualidad que la soledad, al menos la no elegida, nos incomode tanto.
Mira a tu alrededor. La gente teme estar sola tanto como recibir una carta de Hacienda. Desde una perspectiva evolutiva tiene sentido: para nuestros antepasados la exclusión social era una amenaza directa a su supervivencia.
Las conexiones sociales importan.
Mucho.
El estudio de Harvard, ese que siempre sacan en los podcasts, dice que la calidad de tus relaciones a los 50 años predice cómo llegarás a los 80. Por encima del colesterol y de las cremas milagrosas. Hay evidencia de que la soledad crónica es tan mala para la salud como el tabaco o el alcohol.
Dicho esto.
Las relaciones son complicadas.
Convivir a veces no es una fiesta. No todo es amor y felicidad. A veces las relaciones son esa fuente inagotable de alegrías… o un drama digno de Netflix. Quizá no se pueda vivir sin los otros, pero a veces, tampoco con ellos.
Quizás te haya pasado.
Un día te descubres dando tanto, cediendo tanto de ti, que al final ya no sabes quién es esa persona que te devuelve la mirada en el espejo. Solo querías gustar, que te quisiera, que te aceptaran…Todos hemos pasado por ahí.
Pero si te pasas la vida vendiendo tu autenticidad por una palmada en la espalda, corres el riesgo de convertirte en el Judas de tu propia historia.
Hace poco escuché el término “prostituto emocional”.
Suena fuerte, lo sé. Pero describe bien esa costumbre de traicionar tus valores, tragarte tus opiniones o disfrazar tus creencias solo por encajar o recibir migajas de cariño. Como si el amor fuera una transacción.
Solo que aquí, la moneda eres tú.
Te adaptas, te vuelves experto en sobrevivir, en dar lo que quieren para que te quieran.
Te ocultas, porque sabes que si te mostrases tal y como eres, esa relación simplemente se hundiría como el Titanic. Y así, a veces, acabas en lugares donde no querías estar.
Siendo alguien que no eres.
Lo anterior, por supuesto, no implica ignorar el impacto de nuestras acciones en los demás ni justificar todo en nombre de la autenticidad. Las relaciones saludables requieren honestidad, la capacidad de detectar dinámicas insanas y el valor de responsabilizarse por el propio papel en ellas. Con el tiempo y la experiencia, uno aprende a que los vínculos más sólidos suelen construirse desde la abundancia interior, no desde la carencia.
Y cierro con una idea.
Convivo con gatos (bueno, en realidad, ellos me dejan vivir en su casa…😅)
Y lo mejor que he aprendido de ellos es el arte de querer sin exigir. Si un gato te da su compañía es porque le da la gana. No hay cláusulas ni letra pequeña. Nadie le impone nada a un gato.
Y acabas queriéndolo justo por eso: porque es él, sin más.
Hoy, en la sociedad en la que vivimos, la soledad puede ser tanto una elección como una circunstancia. Y sabemos que activa los mismos circuitos cerebrales que el dolor físico. Pero quizá, antes de intentar tapar ese vacío a cualquier precio, valdría la pena preguntarse si realmente necesitamos llenarlo.
O simplemente toca aprender a estar con uno mismo.
"Amor es lo que tenemos mi gato y yo: no nos pedimos nada, ni él quiere cambiarme, ni yo a él. Eso es el amor: estar contento con la existencia del otro, simplemente. No esperar nada de él."
Alejandro Jodorowsky
La reina de la casa es ella
Lo dejamos aquí por hoy.
Nos leemos el próximo domingo.
Ainhoa
PD: la soledad duele de verdad… ¿te has preguntado qué ocurre en tu cerebro cuando te falta compañía?
De eso hablaremos en la próxima.
Brutal Ainhoa! ¿Para cuándo la edición perruna? 🐶
Pues tienes toda la razón. Yo no he llegado nunca a extremos así, porque siempre he estado bastante sola y la gente no ha querido indagar en mi. A veces me siento un gato, que sólo voy cuando realmente me gusta la gente...aunque siguen defraudando me.
Mi gato era mi mejor amigo, lo hecho mucho de menos