El lado oscuro de la moralidad
Y la ironía de justificar los actos más horribles para imponer la justicia.
“La ironía fundamental, inherente al predicamento humano, es que la moral es en sí misma tanto una ocasión como un instrumento para muchas de las formas más severas y crueles de inmoralidad ”
Paul Russell
Nuestro cerebro y facultades mentales y emocionales se han desarrollado a lo largo de millones de años de evolución para adaptarnos mejor a nuestro entorno. Aspectos como el miedo, el amor, la agresión, los celos, la ansiedad, la moralidad y la empatía tienen raíces profundas en nuestra historia evolutiva.
Comprender el contexto evolutivo en el que nuestras capacidades se forjaron es crucial para entender cómo y por qué actuamos de ciertas maneras.
Somos una especie marcadamente social.
A lo largo de nuestra evolución, vivir en grupos nos proporcionó ventajas importantes para sobrevivir: seguridad, recursos compartidos, cuidado de crías, aprendizaje...
La hipótesis social sobre la complejidad del sistema nervioso sugiere que, a medida que los grupos sociales se volvieron más grandes y sus interacciones más complejas, surgió una presión evolutiva para desarrollar cerebros más grandes y sofisticados que pudieran manejar estas demandas sociales.
Esto incluye habilidades como la empatía, la teoría de la mente (la capacidad de entender que otras personas tienen pensamientos y sentimientos diferentes a los nuestros) y la cooperación, necesarias para navegar y beneficiarse de la vida en grupo.
“Los unfollow hoy nos duelen; el ostracismo en el paleolítico suponía una sentencia de muerte. Por eso nos da tanto miedo que nos excluyan del grupo”.
Evolución de la moralidad.
Las primeras formas de moralidad estaban basadas en la autoridad y la reciprocidad, permitiendo a los individuos seguir normas que favorecieran la cohesión social. Los códigos morales han evolucionado como mecanismos para regular el comportamiento dentro de las comunidades, promoviendo la cooperación y reduciendo los conflictos internos.
Estos códigos, moldeados por millones de años de evolución, están profundamente arraigados en nuestra biología y en nuestras emociones.
La moralidad implica empatía, cooperación, reputación, estatus social dentro del grupo y la evaluación de las intenciones y acciones de los demás.
Es un constructo que ha evolucionado para mantener la armonía y el orden dentro de las sociedades.
“La moralidad va sobre todo del pensamiento sobre cómo deberían ser las cosas. A nuestro parecer, claro”.
Hasta ahora parece que todo es positivo, ¿no?
Sin embargo, la moralidad tiene un lado oscuro.
Puede justificar actos horribles, como genocidios, y ejercer violencia contra los que piensan diferente.
Por ejemplo, la moralidad ha sido utilizada para justificar actos terribles como el genocidio de los tutsis en Ruanda, donde las diferencias étnicas se exacerbaron y se utilizaron para legitimar la violencia masiva.
La moralidad puede dar a las personas una sensación de autoridad y justificación para cometer actos dañinos, convencidos de que están actuando correctamente.
La moralidad no siempre es desinteresada; puede ser utilizada para mejorar la propia reputación.
Las redes sociales amplifican este fenómeno, donde las causas populares son explotadas para obtener beneficios reputacionales.
Por ejemplo, movimientos como #MeToo han ayudado a visibilizar problemas de acoso, pero también han generado controversias sobre justicia y la presunción de inocencia.
La manipulación de la moralidad redefine constantemente lo que es moralmente aceptable, alineándose con los intereses de quienes tienen el poder.
Esto puede fragmentar la sociedad, creando divisiones profundas entre diferentes grupos.
¿Te suena?
El postureo moral y la cultura de la cancelación amplifican esta fragmentación al promover un entorno donde la superioridad moral se convierte en una moneda de cambio social y la vigilancia moral constante limita la libertad de expresión.
Ambos fenómenos crean un clima de competencia moral y exclusión, en lugar de fomentar la cooperación y el entendimiento mutuo.
“La moralidad no es estática ni inherentemente positiva; puede ser utilizada para cohesionar o dividir, para elevar o destruir”.
Otro problema asociado es el de las opiniones excesivamente simplificadas que suelen prevalecer en el discurso público porque son más fáciles de comunicar y entender.
En una era de sobrecarga de información y tiempos de atención limitados, es natural que los mensajes más directos y simples ganen tracción. Sin embargo, la simplificación de la realidad puede tener como efectos secundarios una polarización excesiva y crear espirales del silencio, donde las voces moderadas o matizadas son silenciadas.
Esto puede distorsionar la percepción y obstaculizar un debate informado y constructivo.
“La realidad suele ser más gris que blanca o negra. La simplificación excesiva hace que se pierdan muchos matices y nos aleja de una comprensión profunda de los problemas y la realidad”.
¿Qué ocurre cuando la moralidad es la protagonista de todos los eventos?
Aparece la falacia moralista, un error lógico que consiste en asumir que algo es cierto en la realidad porque debería ser cierto desde un punto de vista moral.
En otras palabras, se confunde lo que es (la realidad) con lo que nos gustaría que fuera según nuestras creencias morales. Ningún discurso, por digerible que sea, debería sustituir los datos y la realidad.
Esto es especialmente problemático cuando la moralidad asoma la patita en algunos ámbitos como la ciencia, que debería buscar la verdad y no servir al discurso moral de turno.
La moralidad influye en la ciencia de diversas maneras, como en el debate sobre la investigación con células madre. La oposición basada en creencias morales ha ralentizado avances potencialmente revolucionarios en medicina regenerativa. La objetividad científica es crucial para evitar que los sesgos morales distorsionen los resultados de investigaciones.
Por ejemplo, la controversia sobre el cambio climático ha mostrado cómo las creencias personales y los intereses políticos pueden influir en la percepción pública de los datos científicos.
Es crucial reflexionar antes de actuar basándonos en juicios morales.
La historia está llena de ejemplos donde personas y sociedades, creyendo estar en lo correcto, han cometido atrocidades.
La moralidad puede ser subjetiva y cambiante, por lo que siempre es importante cuestionar nuestras propias convicciones y considerar la posibilidad de estar equivocados.
Si nos despistamos, pronto nos convertimos en inquisidores y nos apuntaremos a cualquier caza de brujas que nos pongan delante, porque como dijo James Baldwin, “nadie es más peligroso que el que se imagina puro de corazón”.
Lo dejamos aquí por hoy.
Nos leemos en unos días.
Ainhoa.